Veinticinco años

Datos de publicación (revista completa):

Publicación: Revista Albores Caipell

Año de publicación: 2021

Número | volumen: 2 | 1

Link de visualización: https://www.calameo.com/books/006684502e6f19c523227

Cita: Francechi, S. (2021). Veinticinco años. Revista Albores Caipell, 1(2), 41-47. https://www.calameo.com/books/006684502e6f19c523227

Shair Francechi

Jamás te olvido, estás en mi corazón y siempre presente en mis recuerdos. Contigo pasé tal vez la única etapa feliz en mi triste vida, por eso te amo y admiro. Albert Kiev, ese era el nombre de mi padre. Sus problemas de ansiedad y descontrol de emociones lo atormentaron durante toda su vida; pero, eso no era obstáculo alguno para no estar feliz por la vida. Yo, Víctor Kiev, soy su único hijo. Deseo contarles la odisea que tuvo que atravesar mi padre para poder ser alguien normal por así decirlo, alguien que sea aceptado.

Mi tía, Nina Kiev, su única hermana, era la menor. Ella, desde que él murió, solía contarme grandes historias de él, exaltando sus mejores cualidades. Una de ellas fue demostrada cuando Nina era joven, alrededor de veinte años. Una noche cuando iba a su casa, dos hombres la interceptaron en un callejón a pocos metros de su hogar. La agarraron a fuerza bruta, taparon su boca para que así nadie oyera los gritos. Menciona ella, que los sujetos ya le habían quitado las enaguas y la ropa interior; llevaba un vestido de flores. Ellos intentaron violarla. Mi tía en sus falsos intentos de salvarse, se había resignado. Pensó que esa noche iba a ser la última de su vida, que esas bestias la matarían. En ese momento recordaba a sus padres, su vida y los buenos momentos que había pasado. De repente, ella observó cómo alguien se abalanzó contra ellos. Era él, mi padre. Tenía la fuerza brutal de un oso, grande y macizo. A uno de ellos casi lo mata a golpes, al otro lo desmayó reventándole una botella de vino en la cabeza. Nina me dijo, que pidió a gritos a mi padre para que ya no siguiera —ya que todos sabemos que gente como esa, tiene derechos, si los matas, te vas preso—. Mi padre había dejado su cara destrozada, el hombre había quedado como un monstruo.

Como era de esperarse, con el pasar de los días, los hombres fueron a denunciar a mi padre. Su versión de los hechos fue: que cuando ellos caminaban por el callejón charlando, mi padre, estando ebrio, los habría golpeado sin motivo alguno. Albert y Nina, por su parte, se defendieron. Ella dijo la verdad: que ellos habían intentado violarla y que su hermano la había defendido, versión que fue contada también por mi padre. ¿Y cuál fue la decisión del juez?, pues, arrestó por año y medio a mi padre por agresión física intencional. La sentencia se dio, con las pruebas de que mi tía no tenía en su cuerpo señales de haber sido agredida, tampoco mostraba resto de esperma en ella; y así fue, sin apelación.

Después de un año y medio, cuando él salió de prisión, Nina tenía cierto temor. Creía que mi padre cambiaría. Ella nunca fue a visitarlo por la decisión de él, no quería ver a su hermana en un lugar como ese. Pero, oh sorpresa, mi padre cuando la vio, la abrazó con todas sus fuerzas, ambos derramaron lágrimas. Él la besaba en la frente una y otra vez, diciéndole como había estado durante ese tiempo. Y así se marcharon juntos a casa.

Después de cinco años de aquel acontecimiento, mi padre conoció a Lorena, mi madre. Recuerda Nina, que su amor se veía a lo lejos, que ambos estaban destinados a estar juntos. Pasó un tiempo más, y Lorena había quedado embarazada. Los nueves meses pasaron en un departamento, pequeño y oscuro, y sin muchos muebles; sin embargo, el amor que derrochaban llenaba todo lo vacío de aquel lugar. Finalmente llegó el día de mi nacimiento, mi padre estuvo a lado de mi madre en todo el parto. Mi tía Nina me contó que a mi padre lo echaron del trabajo, porque su jefe no le había concedido el día libre que el pidió para ir a ver el nacimiento de su primogénito. Mi padre, sin pensarlo, dejó el traje de trabajo y se largó de allí. Estuvo presente en el mismo instante en que vine a este mundo, hasta dicen que él fue el primero que me abrazó. Era un varón, los ojos de Albert se habían llenado de lágrimas inminentes, gritó de felicidad, a pesar de que hace un par de horas había sido despedido.

Pasaron un par de meses. El dinero era escaso en casa. Mi padre conseguía trabajos efímeros y con poca remuneración. Una tarde, cuando él llegaba del trabajo, escuchó mi llanto desde la calle. Pensó que me había ocurrido algo malo. Entró desesperadamente y me encontró solo en la canasta, buscó a Lorena por todo el departamento y ella no se encontraba. Estaba furioso porque ella me había dejado solo, me tomó en sus brazos y fue a la cocina a prepararse un café. Al sentarse, observó en la mesa una nota de mi madre. Se había marchado. Nunca leí esa carta. Mi tía dice que Albert cuando culminó de leerla, la quemó y derramó algunas lágrimas. Nina menciona que Lorena se fue porque no soportaba la miseria en la que vivía, que el amor no lo era todo en la vida, y que era tiempo de que Albert se haga un hombre de verdad.

Mi padre quedó deprimido por algunos días. No sabía que iba a pasar conmigo. Pasó el tiempo, habiendo reflexionado lo suficiente, fue a conversar con Nina, y le pidió que se mudará con él, para que así pueda cuidarme. Mi tía sin pensarlo, aceptó. Ella creía que era lo mínimo que podía hacer por él después de auxiliarla aquella vez.

Pasaron años y mi padre se estableció en una fábrica —algo lejos— donde se producían abarrotes. Él llegaba cada fin de semana, dejaba sus cosas, y salía conmigo por diferentes lugares de la ciudad. Por mi parte tengo recuerdos vagos de eso, ya que tenía alrededor de cuatro o cinco años. Nuestro lugar preferido se encontraba a fuera de la ciudad, a un par de horas. Íbamos hasta al campo, donde nuestra ubicación preferida era en una piedra, a su izquierda había un árbol grande que nos cubría de los rayos del sol, y a lado derecho, estaba el río. Siempre que estábamos en la piedra, las pichiusas se posaban sobre las ramas, brindándonos un canto hermoso —cuántas veces jugamos ahí sin parar; cosas como esas que hasta ahora recuerdo—. Luego caminábamos por la ribera del río, hasta ver la noche estrellada. Después de eso, regresábamos nuevamente a la piedra, iluminados por la luz de la luna. Nosotros escuchábamos y sentíamos el sonar del río. Cuántas cosas más pase con él. Más que mi padre era mi mejor amigo, mi confidente, mi consejero.

Cuando tuve ocho años, asistía a una escuela no muy lejos de mi casa. Estaba lleno de todo tipo de niños, desde los más felices, hasta lo más desgraciados. Yo, era alguien que había sido tomado como objetivo de burlas, solo por ser algo callado y fenómeno según ellos. Mejor dicho, era alguien desgraciado. Sufría constantemente el acoso de los demás, golpes e insultos eran el día a día. Una tarde, cuando salía del colegio, un par de ellos me habían tirado la mochila en frente de toda la multitud; otros se reían, otros murmuraban, otros solo observaban. Cuando comencé a suplicar que dejarán de patearla, apareció mí padre. Albert, cogió del brazo de uno de los niños, y lo miró fijamente, como un perro embravecido. Sujetó de tal fuerza el brazo del infante, que el niño se echó a llorar, mientras todos lo veían. Yo me alegré. Nuevamente mi padre se había convertido en mí héroe. Cuando llegamos a casa, tuvimos una charla algo efímera; pero, que lo recuerdo toda mi vida.

—Hijo, ¿Cómo te sientes? —dijo él.

—Todo bien, papito. Gracias por defenderme.

—Hijo, escúchame bien. Hasta el día en que yo me vaya de este mundo, nadie te lastimará, nunca lo permitiría. Eres y siempre serás lo más sagrado para mí —dijo esbozando una sonrisa.

—Te quiero mucho, papi.

—Yo mucho más, Víctor.

Luego de eso, lo abracé, pegado a su pecho. Mi padre iba raras veces a recogerme a la escuela. Era una sorpresa para mí, solo que estaba ves fue un mal momento.

Pasaron semanas, nadie me molestaba, lo recuerdo bien, creo que todos me miraban con cierto temor. Y otro día, como una de esas grandes sorpresas, estaba el allí parado. Corrí desesperadamente a abrazarlo. Cada vez que me acercaba, veía como se agrandaba su sonrisa. Me cargó muy alto, preguntándome como había estado el día. Me tomó de la mano y cuando nos estábamos retirando se nos acercó un hombre. Era el padre del chico al que mi papá había cogido del brazo. Se paró delante de nosotros, con una navaja en la mano apuntando hacía mi padre.

—Oye, idiota. Con que tocando a mi cachorro, no sabes con quien te has metido —decía el otro hombre.

Mi padre en ese momento, se paró delante mío, protegiéndome.

—Amigo, piensa lo que vas hacer —replicó mi padre.

—¿Piensas que no soy capaz de matarte ahora mismo, idiota? No perdonaré lo que hiciste, te mandaré al infierno.

El hombre dio un paso adelante y con el cuchillo intentó apuñalar a mi padre. Albert hizo un movimiento donde el sujeto pasó de largo, lo tomó del cuello y lo tumbó hacía el suelo. Ambos comenzaron a forcejear, el hombre aún tenía el cuchillo en mano. Todos alrededor veían la pelea, y nadie se metía. Yo gritaba, llorando, tenía miedo de que matarán a mi padre. En uno de esos tantos forcejeos, vi como el hombre dio un grito desgarrado y agónico. Mi padre, había apuñalado al hombre por la espalda, vi como sus manos se mancharon de sangre. ¿Y la gente?, pues, ellos seguían observando boquiabiertos. Mi padre me tomo de la mano, yo también me manché, me cargó y echó a correr. Al cabo de unos minutos llegamos a la casa, se lavó las manos, se cambió de ropa, me limpió la sangre y habló con mi tía. Al pasar los minutos, tomó su abrigo y salió del departamento.

Años después, Nina me contaría, que ese hombre había muerto en el hospital, y que toda la policía comenzó a buscar a mi padre.

Aquella noche, estando en mi habitación, no sabía si lo que había pasado fue alguna fantasmagoría; pero, después de todo, solo quería ver a mi padre. Cuando ya estaba dormido, escuché un golpe en la puerta. Me levanté algo asustado. Escuchaba voces en la sala, me oculté bajo las sábanas, con cierto temor de quien estaba afuera. Luego, escuché como alguien abría la puerta de mi habitación, me puse en algo parecido a una posición fetal, y grité que no se me acercará. Destapó la sábana y era él, mi padre.

—Hijo mío, no me tengas miedo. —Quedamente habló.

—No, papi. Pensé que era ese tipo malo.

—Él no te hará daño. Vine porque tengo que decirte algo, mi pequeño.

—¿Qué pasó, papito?

—Lamentablemente, tendré que irme por un tiempo. Te juró que volveré, para nuevamente ir a pasear por el río. Como te dije, jamás te abandonaré mientras yo siga con vida, así que quédate tranquilo con tu tía.

—No, papito. Por favor, no me dejes, que voy hacer solo.

—Nina te cuidará, no estarás solo. Vendré lo más rápido posible, te lo juro.

Me eché a llorar, él me abrazó, y yo lo empujé. Le dije que lo odiaba, que era malo, que quién deja a su hijo.

—Hijo, no me odies, por favor. Eres lo único que tengo, te prometo que volveré. Ahora tengo que irme.

Callé, y me di media vuelta llorando. Luego él me dio un beso en la frente y escuché sus pasos hacía la puerta. Después oí que hablaba con Nina, todo quedó en silencio. Salí corriendo de mi habitación, hecho un mar de lágrimas, y él estaba ahí, a punto de marcharse. Mi tía me abrazó fuertemente. Yo la empujaba y le decía que me deje. Luego mi padre volteó, miró fijamente hacía mis ojos, él derramaba lágrimas al igual que yo. Se acercó hacía mí y me abrazó muy fuerte.

—Hijo, se fuerte, por favor. Tengo que irme.

—No, papito. ¡Por favor!, ¡no te vayas!

—Te amo mucho, hijo mío. Te prometo que vendré a buscarte.

Dejó de abrazarme, se paró a lado de la puerta, volteó por última vez a mirarme y se marchó. Quedé destrozado. Mis días eran lúgubres y desastrosos, solo lloraba y lloraba, mientras Nina me consolaba.

Pasaron meses desde la última vez que lo vi. Y una tarde, después de regresar del colegio, observé como mí tía lloraba mientras leía el diario. No supe que pasaba, ella no me quería contar nada, quemó el diario y solo me abrazó.

Transcurrieron veinticinco años desde que no veo a mi padre. Y hoy recién supe que sucedió.

Mi padre, mientras escapaba había sido localizado por algún agente de policía, que ya lo andaban buscando por toda la ciudad. Perdió tiempo conmigo. Sé que fue así. Si no me hubiera puesto a lloriquear, tal vez no habría pasado todo eso. Leí en un diario, que cuando el agente lo vio, el echó a correr, dirigiéndose hacia el bosque que da al río, donde solíamos pasar las mejores tardes. El agente pedía que se detuviera, pero, él solo se echó a correr y correr, sin rumbo. El agente no tuvo más opción que disparar. Una bala le dio, mi padre cayó y se volvió a poner de pie, para seguir corriendo, pero algo lerdo. El agente nuevamente le disparó, una y otra vez. Fueron en total cuatro balas que mataron a mi padre. El agente, de apellido Franco, fue reconocido como policía de honor en la ciudad, condecorado y aclamado por la gente. Llevaron los restos de mi padre a un cementerio inhóspito y sucio. El lugar estaba abandonado con el pasar del tiempo. Era como un cementerio de olvidados, donde las demás lápidas yacían destruidas.

Ahora que soy adulto, suelo ir casi siempre, llevando flores a mi padre. Llorando con un nudo en la garganta. Siempre recuerdo lo poco que vivimos juntos, sin embargo, en ese poco tiempo todo fue maravilloso. Ahora me encuentro aquí, a lado de su tumba, junto a un árbol viejo y deshojado, en pleno día lluvioso, empapado de total.

Cuando me marchaba, una linda pichiusa, que no sé cómo llegó ahí, se posó en aquel árbol viejo y me brindó un canto hermoso como en los viejos tiempos.

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Acerca del autor

Shair Francechi. Joven de 18 años. Estudiante pre-universitario. Vive en Comas, Perú. Culminó sus estudios en la institución educativa Ramón Castilla de Comas.

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