La voz de Inacayal

Datos de publicación (revista completa):

Publicación: Revista Albores Caipell

Año de publicación: 2021

Número | volumen: 2 | 1

Link de visualización: https://www.calameo.com/books/006684502e6f19c523227

Cita: López, M. (2021). La voz del Inacayal. Revista Albores Caipell, 1(2), 56-57. https://www.calameo.com/books/006684502e6f19c523227

María López

En Corral Charmato, cerca de las colonias galesas vivía Utrrac, un niño curioso y muy sensible. Era nieto del Cacique Tehuelche Inacayal.

Utrrac vivía en un paraje donde el bosque era su patio, el lago Futalaufquen era la pileta de natación y el río Yelcho era su lugar de pesca.

En una de las tantas caminatas que hacía con su abuela, entre medio de los Alerces, le preguntó:

—¿Puede Inacayal hablarme?

—Por supuesto que Inacayal puede hablarte. —Tocándose el corazón—. Te habla acá, o a los oídos. Puede estar donde quieras encontrarlo. Cuanto más conectado estés con la naturaleza, Inacayal más cerca estará.

Utrrac empezó a querer conectarse con su abuelo. Juntaba ramitas, hojas y frutos, y se los ofrecía como a la Pachamama. Él ponía su oreja en el suelo pero no escuchaba nada. Armaba su propia apacheta y se quedaba sentado por unas horas, hasta que se aburría de esperar y se iba. Tomaba el sendero y caminaba hasta llegar al Cerro Cocinero. Él pensaba que al estar más cerca del cielo su abuelo lo iba a escuchar. Pero tampoco paso. Salía de excursión al Lago Escondido. Allí tiraba piedras para hacer ruido con el agua, pero tampoco dio resultado. Utrrac no se quedó tranquilo.

Pensó en la respuesta de su abuela. Empezó a concentrarse, a prestar más atención. Primero escuchó su cuerpo, sentía su respiración, sus latidos. Después, se puso perceptivo con los colores, calculaba el tiempo de caída de las hojas por la intensidad de los amarillos, media la distancia del vuelo de las aves con su piar. Luego, percibía la especie de algún zorro que lo acompañaba en sus expediciones según el hedor que despedía o el peso de alguna mulita por la profundidad de las pisadas. Así, entre sus largas caminatas le gustaba quedarse al borde del lago, se acostaba cara al sol, cerraba sus ojos y abría sus oídos. Así descubrió la voz de Inacayal.

En época de siembra su cuerpo retumbaba, sentía el aple como un tambor, desde la profundidad de la tierra. Era el llamado. Sabía que debía plantar sus semillas para la próxima siembra. Cuando necesitaba buscar comida iba al lago a pescar, en sus oídos susurraba el rambo y las truchas desembocaban a sus pies. Cuando se sentía triste y necesitaba soñar cosas alegres, su abuelo le tocaba las cuerdas del koolo, entonces volaba con la libertad de un cóndor.

La abuela le preguntó si había logrado escuchar a Inacayal, si lo había sentido en la caricia de la piel. Utrrac le contó que sí, que después de mucho andar, se concentró mejor.

Entonces no solo lo percibía en el viento, sino que lo acompañaba cuando subía a los árboles a extraer los frutos o a clasificar las plantas. Él lo llamaba cuando quería o lo necesitaba. Zamarreaba su muñeca haciendo sonar el chelper, con el chasquido de las pesuñas, y el abuelo venía hacia él.

Inacayal no estaba solo en cada parte de la naturaleza, también resonaba en sus sonidos. Le tocaba música con una orquesta.

*****

fotografía de María López
Acerca de la autora

María López. Nació en Quilmes (Argentina). Profesora de Ciencias Naturales y enseñanza primaria. Artista plástica, ceramista, escritora amateur. Participó en varias muestras, exposiciones, concursos literarios y formó parte de varias antologías. Colabora continuamente en revistas nacionales e internacionales, tanto en escritura como en gráfica. Actualmente, continúa con la enseñanza y la expresión artística.

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