La tarea
Datos de publicación (revista completa):
Publicación: Revista Albores Caipell
Año de publicación: 2021
Número | volumen: 1 | 2
Link de visualización: https://www.calameo.com/books/0066845029d8e1d703875
Cita: Moncada, S. (2021). La Tarea. Revista Albores Caipell, 2(1), 70-72. https://www.calameo.com/books/0066845029d8e1d703875
Santiago Garcés Moncada
Jamás olvidaré aquella tarde el rostro sonriente de Vicente al entrar al salón de clases. Había pasado más de veinte años de mi vida dando clases en la universidad de mi ciudad. Era uno de los pocos profesores de cátedra que habían podido ser contratados como profesores de planta en el listado oficial de la academia y esto, aparte de subirme el salario, me había dado fama de ser el profesor de artes gráficas más estricto de la facultad, generando ante los estudiantes cierto miedo y de cierto modo, un profundo respeto.
En tantos años como docente había conocido toda clase de estudiantes, desde los más atentos hasta los más perezosos, de esos que no faltaban a ninguna de mis clases, pero que, carentes de potencial, apenas y pasaban la materia. Inclusive llegué a conocer algunos genios, de esos que apenas iban a clases, pero que me descrestaban con los exámenes y al final lograban tener el talento para sorprenderme. Sin embargo, ninguno había sido como Vicente.
Era un joven bastante tímido y silencioso, tenía unos veintiún años y llevaba sobreviviendo a la universidad desde los diecisiete, a duras penas sobrellevaba sus responsabilidades académicas para pasar al siguiente semestre. Era un estudiante extraño: no faltaba a ninguna de mis clases, siempre me observaba desde la esquina izquierda del salón en la última fila, me escuchaba atentamente y no interrumpía nunca ni agregaba nada. Podría jurar que no había escuchado su voz, pero se hacía notar. Un brillo en su mirada acompañado de una mueca de tristeza y de profunda conmoción se dibujaban en su rostro cada que me escuchaba hablar de los grandes artistas de la pintura: Picasso, Van Gogh, Da Vinci, Miguel Ángel… Tenía una sensibilidad hacia mis palabras que me robaba la atención y siempre lo miraba a él mientras hablaba. Su rostro melancólico me hacía sentir que alguien de verdad me prestaba atención, aunque nunca jamás abrió el cuaderno. Pero aquella ilusión se vino al piso cuando califiqué su primer examen en cero puntos, al ver la hoja en blanco apenas con su nombre escrito a lápiz y un pequeño dibujo de una rosa en una esquina. Quise subirle algo por aquel dibujo, pero la desilusión no me dejó Nada diferente sucedió con el segundo examen, ni con el tercero. Vicente seguía con su mirada brillante y triste escuchando mis palabras como si pintara paisajes en ellas, pero para mí ya no importaba. Era entonces cuando mucho el peor estudiante del semestre y dejé de mirarlo cuando entregó el último examen en blanco.
Ahora solo faltaba el proyecto final. Sus esperanzas de pasar eran casi nulas y su mirada se hizo más triste cuando le dije que no hiciera la tarea y que no se presentara a la clase final porque ya había perdido la materia, nada de lo que hiciera para el proyecto podría ayudarlo. Sabía que había sido duro con él, pero no esperaba su reacción. Tras escucharme se levantó en silencio y salió llorando del salón. Todos me miraron como a una mala persona y así me gané sin pedirlo la peor fama entre los profesores de arte. Por lo menos, esto haría que me presentaran mejores proyectos de ahora en adelante para no tener que recibir malos comentarios de mi parte.
Habían pasado ya dos días desde aquello y esa noche de domingo me llegó un correo electrónico a eso de las diez de la noche. Era de él. En el largo mensaje me exponía su gran admiración hacia mis clases y sus titánicos esfuerzos por superar su timidez, me contó sus problemas personales y lo mucho que había tenido que hacer para mantenerse a flote en la universidad. Ahora dependía de aprobar mi materia para poder seguir navegando otro semestre —esto no era nada nuevo para mí—. Cientos de correos de estudiantes tratando de salvar sus materias habían llegado a mi bandeja de correo durante mi carrera como profesor, pero jamás había recibido uno de un estudiante con todas las notas en cero, era imposible para mí ayudarle, aunque sabía que tenía talento para el dibujo. Esa noche estaba de buen humor y decidí meditarlo un poco, fui por un trago a la licorera de mi estudio y busqué entre mi escritorio sus exámenes, miré los cuatro dibujos que había dibujado en las esquinas y en la parte trasera de las hojas y por primera vez lo noté, y sentí como si una venda que me hacía ignorar lo importante se arrancase de mis ojos, en cada uno de ellos veía representados los temas que se evaluaban en el examen, no podía creer la claridad con la que se veía lo enseñado en los trazos simples de aquellos bocetos. No obstante, no era suficiente, no podía cambiarle la nota, esa no era mi forma de calificar.
de ellos veía representados los temas que se evaluaban en el examen, no podía creer la claridad con la que se veía lo enseñado en los trazos simples de aquellos bocetos. No obstante, no era suficiente, no podía cambiarle la nota, esa no era mi forma de calificar.
Desde el momento en que me había entregado el segundo examen en blanco había pensado hacerlo perder la materia sin importar lo que hiciera o dijera, y luego del cuarto examen ese pensamiento se había convertido en una determinación que no tendría reversa, pero ahora un sentimiento de ilusión se había encendido en mí y me hacía dudar, había descubierto que sí me escuchaba y que había aprendido de mis palabras, quizás como ninguno. Le respondí al correo sintiéndome un poco mal por el favoritismo que implicaba lo que estaba por hacer, le di las gracias por la atención prestada a mis clases y me excusé por no ayudarlo con las notas. Solo pude ofrecerle como oportunidad algo imposible, eran más de las diez de la noche y la última clase sería mañana al mediodía, si podía entregarme la tarea antes que todos y lograba sorprenderme con su talento, resultando ser el mejor proyecto de la clase, le pondría la materia en tres sin tener en cuenta los exámenes.
Había dormido muy bien y esperaba con ansias ver su proyecto. Salí un poco antes de la casa para ir a trabajar más temprano por si él llegaba a hablar conmigo. Cuando iba camino a la universidad sonó en mi celular un correo, me hice a un lado de la carretera y me detuve, abrí el mensaje y era suyo. Perdí un poco de emoción al verlo. El asunto era algo simple, apenas un “tarea” escrito sin mayúscula inicial me daban indicios de la calidad del trabajo. Dentro de él no había mensaje escrito, ni siquiera un saludo, tan solo una imagen adjuntada en la que se veía un retrato de él vestido como Van Gogh. Había editado sobre una foto la ropa del cuadro original y la había puesto sobre su cuerpo con un programa de diseño digital, y hasta se había borrado la oreja, de verdad había quedado muy bien, me había hecho reír. Se notaba que dominaba este tipo de diseños digitales muy bien. Nunca pensé que me mandaría algo así, pero sentí de nuevo la desilusión. Jamás, para mí, una imagen en el celular sería mejor que un cuadro pintado o una escultura, la tendría difícil para ser el mejor. Llegué al salón de clases media hora antes y preparé la clase. Me quedé observando la imagen mientras todos los estudiantes iban llegando, pero él no se había presentado aún, aunque había cumplido con ser el primero, los trabajos de los otros compañeros eran mucho mejores que su imagen. Ya había pasado más de una hora, pero no había llegado a recibir su nota. Pensé que había huido sin dar la pelea. Sin embargo, a eso de la una y media de la tarde cuando ya me faltaban pocos proyectos por calificar, comenzaron a escucharse murmullos y algunos gritos en el corredor, y entonces lo vi cruzar por la puerta abierta, sin camisa, tenía dibujado sobre su cuerpo el traje de Van Gogh con maquillaje y en una bandeja me traía su oreja arrancada mientras me miraba sonriendo por primera vez, la sangre manchaba las vendas que le cubrían el costado de la cabeza bajo el gorro, mi cara de espanto y de sorpresa se lo dijeron todo, aunque el precio fue alto definitivamente había sobrevivido otro semestre…
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Acerca del autor
Santiago Garcés Moncada. Nació en Itagüí, Colombia el 3 de junio de 1999, ganó el 2º lugar en el concurso de poesía “Historias para volar la imaginación” (2016), fue ganador del 1º lugar en el primer y el tercer premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí (2018 y 2020) y es co-autor de los libros con las obras ganadoras de estos certámenes, es co-autor del libro “Deshielos de tinta” (2019), su cuento fue publicado en “Medellín en 100 palabras” (2019), participó del Festival internacional de poesía de Medellín como poeta del territorio (2018 y 2019). Abriéndose fronteras fue seleccionado para publicar sus cuentos y poemas en diferentes medios de Bolivia, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Estados Unidos y México (2019-2021), participó de la antología de cuentos “Antes del 2020” publicada por la editorial mexicana DINKreaders. Actualmente estudia ingeniería electrónica en la Universidad de Antioquia, es miembro del taller literario Letra