La rana Dayana
Datos de publicación (revista completa):
Publicación: Revista Albores Caipell
Año de publicación: 2021
Número | volumen: 2 | 1
Link de visualización: https://www.calameo.com/books/006684502e6f19c523227
Cita: Maza, G. (2021). La rana Dayana. Revista Albores Caipell, 1(2), 58-62. https://www.calameo.com/books/006684502e6f19c523227
Gregorio Maza Ramos
—Levántate, hija, se hace tarde para que vayas a estudiar.
El sol apareció radiante, prodigando calor, brindando alegría al bosque de árboles de sonrisa primaveral.
—No iré. No iré, mamá. Me cansé que todos se burlen de mí —contestó sollozante, acordándose de los malos momentos que lo hacían pasar sus compañeros en la escuela.
—Miren, ahí viene Dayana, la niña que rebota como pelota —decía la urraca. Y todos reían hasta el cansancio.
—¡Ja, ja, ja…! Cierto, ahí viene la saltona, ¡Ja, ja, ja…!
—¡Rebota, rebota, rebota, como pelota!… Lero, lero —repetían en coro.
—Hijita, tienes que ir a la escuela —rogó con ternura, mamá rana—. ¿Qué te ocurre? Cuéntame.
—Nada, mamá. Me duele la cabeza —contestó ocultando las lágrimas que brotaban de sus ojitos. Se abrigó hasta la coronilla, renegando haber nacido en esa condición.
Las horas transcurrieron consumiéndose en un llanto interminable. El sol se ocultó en un lienzo de tristeza y los árboles cerraron sus ojos sin su sonrisa primaveral.
Al volver el astro rey, Dayana contempló desde la ventana de su casa a un pajarito que laboraba feliz. Era un chilalo que construía su ollero. La paciencia con que colocaba el barro con su pico, llamó su atención; cuando se le caía lo recogía y lo ubicaba en el contorno de la pared. Luego, volaba y retornaba con más barro. Poco a poco iba dando forma de horno a su edificación.
—Si pudiera volar, llegaría sin contratiempos a la escuela y nadie se burlaría de mí —musitó atrapando un mosquito.
Después de pensar un instante, saltó por la ventana y se acercó al algarrobo donde trabajaba el pájaro hornero.
—Señor chilalo, buen día, —saludó con timidez— necesito su ayuda. Quiero volar como usted.
—Me encantaría ayudarte, niña, —contestó con amabilidad— pero no puedo.
—No sea malito, ayúdeme —suplicó la ranita, con ojitos llorosos.
—¿Cuál es tu nombre?
—Dayana.
—Bien, Dayana. Y, ¿por qué piensas que puedo ayudarte?
—Porque usted vuela. Tiene alas, y yo quiero tener alas.
—Y, ¿crees que puedo darte alas?
—¡Sí! —contestó con seguridad— Y me enseñará a volar.
—¿Eso crees?
—¡Sííííí…! —reafirmó con entusiasmo.
—Muy bien. Para lograr todo sueño, el primer paso es creer.
El arquitecto volador sacudió sus alas y dejó escuchar su típico canto, mientras los pericos hacían de las suyas en un maizal.
—Acércate —le dijo—, vas a volar más alto de lo que imaginas.
Al oír aquellas palabras, la ranita dejó caer una lágrima de alegría. Se imaginó volando y que todos admiraban las piruetas que hacía en el cielo.
—Se acerca la temporada de lluvias. Tengo que culminar mi casa antes de fin de semana. Vas ayudarme con este trabajo.
—Pe…, pero, usted dijo que me enseñaría a volar.
—No te preocupes. Confía en mí. Para volar necesitas alas. Y lo primero es hacer crecer esas alas en ti.
El hornero lo llevó a un canal que horas antes estaba repleto de agua. Era un lugar especial para extraer aquella masa arcillosa y construir su vivienda. Le explicó con amabilidad el proceso a seguir. Con su pico sacó un poco de barro, luego dio unos pasos y lo dejó caer sobre unas hojas de algarrobo, caminó a otro lado, cogió un poco de arena y, en seguida, lo mezcló; después, amasó y amasó hundiendo sus patitas, hasta que infló el pecho y cantó: chilalalalalala… Finalmente, desplegó las alas transportando el material en su pico.
Eso tienes que hacer, le había dicho, imagina que te están saliendo alas. Vas a saltar hasta ese tamarindo, y de allí hasta ese cerezo, luego hasta ese carrizal, y así le fue indicando los lugares hasta el punto de llegada. Elévate con ánimo. Imagina que tienes alas. Cuando estés frente al algarrobo, saltarás hasta entregarme el barro.
Aunque la ranita no entendió de qué manera le saldrían alas, dio inicio a las indicaciones. En su intento de hacer la mezcla se enlodó toda la cara. No le salió el canto ni el vuelo que anhelaba. Lo que si le salía perfectamente eran los saltos que daba. Brincaba con tal destreza que parecía volar. En cada salto que efectuaba, sentía el abrazo suave del aire, un hálito indescriptible de libertad.
—¿Por qué habrá elegido el algarrobo más grande? —se preguntaba—, hay otros árboles más pequeños. Creo que me está mintiendo.
Ya en el lugar de construcción, una voz lo alentó: Vamos, tú puedes… ¡Salta hasta esta rama! En su primer tanteo, llegó a la mitad. Saca las alas dentro de ti, y llegarás, lo animaba. En uno de los intentos, logró entregar el material. Luego, fue por más. Ese día, terminó con el cuerpo embadurnado de lodo. Apenas se le veían los ojos
Con el paso de los días, el trabajo se le hizo fácil. Lo que más disfrutaba eran los saltos que realizaba.
El chilalo culminó de construir su hogar antes de la fecha prevista.
—Muy bien. Quiero agradecer tu excelente ayuda; tu trabajo ha sido muy significativo para lograr esta meta.
—Quedó muy bonita su casa, y en gran altura.
—Sí, muy hermosa. Lo lluvia no lo destruirá.
—Pero no ha cumplido con darme alas —contestó la ranita, en tono triste, acordándose de las chacotas a la que era sometida por sus compañeros.
—De qué te preocupas. ¡Ya tienes alas! Y esas alas nacieron contigo. He visto que gozabas saltando.
—¿De qué alas habla? Solo he saltado…
El chilalo manifestó que, esa energía que emanaba al ejecutar lo que más le agradaba, eran las alas internas de su fortaleza, y podía conseguir muchas cosas. No tienes por qué sentirte menos, dijo volando a la puerta de su ollero. Todos hemos nacido con una fortaleza, y tu fortaleza es saltar. Y no solo eso: puedes nadar y hundirte en el agua. Con ello podrías ayudar a los demás. Eso te hace valiosa. Ve a la escuela y no te avergüences de ser como eres. Saca tus alas interiores y vuela, Dayana. Eres una ranita voladora.
La ranita sintió que aquellas palabras recubrieron de energía su alma. Antes de retirarse, preguntó al chilalo por qué eligió el árbol más alto para construir su ollero.
—Lo hacemos cuando se avecina el fenómeno de El Niño de gran magnitud —contestó—. Es importante prevenir ante las lluvias torrenciales y las inundaciones. Cuando el año es bueno lo construimos en las ramas, lejos del tronco del algarrobo, y cuando es lluvioso, junto al tronco, como ahora —finalizó con su canto inconfundible.
Al día siguiente, una mano veloz cogió la pelota que permanecía atascada en la rama de un cerezo. Los niños a su alrededor, llevaban una hora tratando de solucio- nar aquel impase. La urraca bulliciosa voló pregonando: De un salto bajó la pelota.
¡Viva, Dayana!
—¡Viva! —corearon el pericote, una lagartija, una soña y un lorito.
—¡Dayana es buena amiga! —dijeron los pericos— Ha vuelto a clases y nos ayudó sin tomar en cuenta nuestras ofensas.
Tal era el júbilo que el pericote al dar un salto, resbaló, cayendo en el pozo que estaba cerca de la escuela. Todos entraron en desesperación. El pericote no sabía nadar. Dayana, parada en el filo del pozo, rememoró las palabras del chilalo. Y, sin perder tiempo, se arrojó a las profundas aguas, ante la mirada atónita de sus compañeros. A los pocos segundos salió con el pequeñín.
La maestra, enterada de lo sucedido, felicitó a la ranita, resaltando su valor y aconsejó a los niños haciéndolos reflexionar sobre su actitud. No nos burlemos ni discriminemos. Nuestras diferencias es nuestra gran riqueza. Todos abrazaron a Dayana y se disculparon.
Desde aquel día, el sol volvió con su mirada radiante, prodigando calor, brindando alegría al bosque de árboles de sonrisa primaveral. Esta vez florecieron por siempre en un clima de respeto y hermandad.
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“En el jardín de mi casa”.
Fotografía: Jazmín Edith Maza
Acerca del autor
Gregoria Maza. Chilalín Algarrobístico. Magíster en Psicología Educativa. Reconocido poeta y narrador, natural de Cura Mori, Piura (Perú). Publicó en las revistas: Los omniscientes, Factum, Los Escribas y Choza de papel. Antologado en los libros: Andando en cuentos, La cuarentena y La otra orilla de la editorial Vicio Perpetuo. Mención de Honor en V Festival Global de Ecopoesía. Autor seleccionado para el libro: Valen un Perú. Cuentos sobre el bicentenario de Editorial El gato descalzo. Algunos de sus libros: Soy otro loco ( 1994), Blanca Esperanza (1995), Latidos (1996), Granada roja (2011), El gran Encanto (2013), Pozo de los Ramos, historia de un pueblo peregrino ( 2014), Panalito de miel (2015) (Tema: trata de personas), Incendiaste mi corazón (2016), Misterio de luciérnagas (2017) (Coautoría con poeta mexicana María Dolores Reyes Herrera), El agüita es sagrada (2018), Gatilleros (2019) (Tema: el sicariato) y Coronavírido (2020).