La emoción y el crepúsculo de la reflexión
Cita esta entrada así:
Gutiérrez, A. (2025). La emoción y el crepúsculo de la reflexión. Revista Albores Caipell. https://revistaalborescaipell.com/la-emocion-y-el-crepusculo-de-la-reflexion/
Datos de publicación (revista completa):
Publicación: Revista Albores Caipell
Año de publicación: 2021
Número | volumen: 1 | 2
Link de visualización: https://www.calameo.com/books/0066845029d8e1d703875
Cita: Gutiérrez, A. (2021). La emoción y el crepúsculo de la reflexión. Revista Albores Caipell, 2(1), 30-34. https://www.calameo.com/books/0066845029d8e1d703875
Alberto Isaac Gutiérrez Martínez
San Luis Potosí, México
albgutierr@hotmail.com
Por fortuna tenía, y sigo teniendo, una mente que actúa como una trampa para osos; en cuanto una idea se suelta y escapa libremente, los muelles de mi cerebro vuelven a contraerse y se aprestan para recibir a la siguiente pata desprevenida.
Martin Amis (2015, p. 35)
El libro de Rachel
Resumen
El presente texto argumentativo aborda la primacía del componente emocional que existe en las redes sociales, esto a partir de un caso de Facebook que evidenció el plano secundario que tiene la causalidad y lo explicativo.
Nunca me había planteado escribir sobre las redes sociales, al menos no el desarrollo de un documento que versara sobre dicha temática, tal vez por mi predilección por la interacción cotidiana directa, aunque es innegable que. en los últimos años, he tenido algunas reflexiones esporádicas, que podemos tildar de ocasionales o marginales. Recuerdo que hace tiempo me planteé la posibilidad de que las fotos de perfil en Facebook pudieran servir como un indicador del valor de un determinado individuo, en el que las imágenes podrían ofrecernos una estimación aproximada de la belleza, el éxito social o la demanda de un sujeto para la toma de decisiones para la elección de pareja, una idea que no demoró mucho en ser abandonada para quedar sepultada en las profundidades del tintero, no solo por asuntos de tipo laboral que merecieron toda mi atención, sino también debido a que las personas no son mercancías; aunque es indudable que muchos las conciben o quieren pensarse como tales.
Ahora bien, lo que me llevó a reconsiderar mi posición sobre las redes y a este resultado textual, que espero no sea decepcionante para ustedes, son las restricciones para frenar el avance del SARS-CoV-2, una situación que ha obstaculizado cualquier tentativa de investigación social, contraviniendo así uno de los principios básicos de toda disciplina sociológica de “estar presente” en los acontecimientos, siendo esta última una premisa intrínseca de mi formación antropológica que se encuentra enquistada en algún lugar de mi superyó freudiano. Este cambio me llevó de forma obligada a la exploración de otros medios, así como de valerme de métodos indirectos que con el pasar de los meses fueron dando frutos, tal y como me ocurrió tras leer un post en Facebook, entrada que me permitió caer en cuenta o al menos ser consciente de la omnipresencia de lo emotivo en el submundo digital. En consecuencia, puedo afirmar que la pandemia ha implicado para todos muchas dificultades, apuros, tristezas e incomodidades en todas las esferas de la vida, aunque es innegable que, en esta existencia paradójica, cuya tonalidad es más cercana al gris que a cualquier otro color de la paleta, hay aspectos positivos como mirar la cotidianidad de manera distinta, aunado a que los descubrimientos están a la orden del día, habitando por doquier.
Antes de abordar todo lo relativo al comentario, así como su infranqueable nexo con el reino de las emociones, me gustaría contextualizarlos sobre las condiciones que llevaron a la génesis del mismo, respetando el principio de causalidad. No hay que perder de vista que el presente artículo se gestó en plena pandemia por el SARS-CoV-2, un virus ligado estrechamente con la actividad humana —ya sea que sus orígenes hayan sido por la ingesta de fauna exótica, un corolario del hacinamiento animal por la popularización de la ganadería intensiva, por el cambio climático o por obra de un laboratorio que actúo con alevosía u omisión—, por lo que, ante la extensión de dicho agente cuyo origen sigue siendo desconocido o hipotético para una amplia mayoría, los gobiernos de todo el mundo implementaron y continúan implementando medidas regulatorias del espacio público, esto con la finalidad de incidir en la movilidad e interactividad social con miras a disminuir la propagación del virus. En el caso mexicano, las instancias gubernamentales también se han sumado a la aplicación de regulaciones, las cuáles se atenúan o se intensifican en función del número de contagios y defunciones bajo la fórmula: a mayor cantidad de casos, un aumento en el número de restricciones, las cuáles son informadas puntualmente a la población a través de diversos medios de comunicación.
En el estado de San Luis Potosí, entidad en la que resido y en la que sucede todo lo descrito en el presente texto, del día 25 de enero al 15 de febrero de 2021, el estado fue catalogado como un sitio de alto riesgo de contagio, algo que es conocido en la jerga pública como encontrarse en “color rojo” —el nivel máximo de acuerdo con el semáforo de riesgo epidémico nacional—, lo que devino obviamente en la implementación de diversas medidas de control. La capital potosina no fue la excepción a la regla, por lo que sus habitantes experimentamos restricciones que fueron condensadas perfectamente en un artículo del diario La Jornada, cuyos puntos sintetizo a continuación: a) la instalación de filtros sanitarios en distintas partes de la urbe; b) acciones de sensibilización dirigidas a concientizar a la población; y c) medidas restrictivas encaminadas a limitar la movilidad social: suspensión de eventos y espacios que congregaran a un gran número de asistentes, establecimientos a una capacidad de entre el 30 y el 40 por ciento, así como el cierre de todos los negocios a las 18:00 h.
Del total de medidas realizadas por el ayuntamiento de la ciudad, la más criticada, entre mis congéneres, fue todo lo concerniente al cierre de establecimientos a las 18:00 h., lo que suscitó opiniones de inconformidad, que iban desde lo jocoso hasta la visceralidad decorada con tiranteces políticas. Dentro de ese nubarrón comunicacional, que se produjo tanto de forma virtual como presencial, un post en Facebook llamó particularmente mi atención, en el que un conocido preguntó a su grupo de contactos por la lógica que estaba tras el cierre de negocios (como los supermercados) en una hora tan prematura, acción que entraba en conflicto con su horario laboral y que, evidentemente, no era una regulación pertinente para impedir las aglomeraciones. Como es de suponerse, las repuestas no demoraron mucho en aparecer, dinámica a la que yo también me sumé, aunque tomándome el tiempo necesario para ver la perspectiva de cada uno de los implicados —instancias gubernamentales, comerciantes, consumidores, etcétera—, lo que nos aproxima en cierto grado al reino de la teatralidad o de la polifonía.
Tras pensar durante varios minutos la que sería mi aportación, pues la vida me ha demostrado que ser inmediato no es lo más recomendable para hallar la lógica detrás de cualquier fenómeno, procedí a explicar que la hora de cierre se debía posiblemente a que buscaba limitarse la vida nocturna de la ciudad en función de los horarios de salida de muchos trabajadores, y que la homologación de la hora respondía a una medida pragmática, para una supervisión gubernamental más precisa, ya que disponer de horarios distintos era algo que demandaría una mayor cantidad de recursos, tanto humanos como económicos. Fue así que las posibles razones que se hallaban detrás de esta medida que aparentemente parecía irracional y que, al mismo tiempo, demostraba que todo lo interesante en la vida ocurre tras bambalinas, razón más que suficiente para no tomarse en serio a la escena pública, quedaron plasmadas en la tranquilidad de un post; sin embargo, para sorpresa de quien redacta estas líneas esa explicación no fue suficiente, y no porque los demás usuarios me contradijeran o siguieran abonando al proponer nuevas vías o sendas explicativas, no, sino que más bien todo se convirtió en un espacio de desahogo, en una suerte de maremágnum emocional.
Cualquiera entendería que, una vez respondida la pregunta de partida, no hay mucho por hacer, porque todo está servido en la mesa, en espera del arribo de los comensales, pero los comentarios siguieron acumulándose en escalada hasta acopiar un total de 24 respuestas. En consecuencia, me di a la tarea de revisar cada una de las opiniones, que clasifiqué obteniendo los siguientes resultados: dieciocho manifestaban atisbos explicativos, pero que en realidad solo revelaban un profundo malestar, tres propuestas constituían soluciones, había dos explicaciones —una de ellas redactada por el autor de este texto y la otra que resultó falible— y una de ellas de clara indiferencia. Esta situación me llevó a pensar que había algo inusual en toda la cuestión, que existía un desbalance entre pregunta y respuestas, hasta que después de cavilar un poco, di con el paradero del problema: yo era un desubicado por haberme dado a la tarea de responder, por decantarme por la vía literal, pero, sobre todo, por haber ofrecido una explicación en un espacio, en una red social que adolece de las condiciones necesarias para el pensamiento y la reflexión. Ahora bien, ¿cómo se llega a una afirmación de esta talla que peca de absoluta y de puntual arrogancia? Con algo tan simple, tan sencillo como repasar las evidencias, tanto del caso descrito como de otras publicaciones, lo que nos permite constatar que en Facebook y en medios afines prima lo emocional, y que, al final del día, gran parte de la experiencia humana se ha ido resumiendo a un “Me gusta”, “Me encanta”, “Me importa”, “Me divierte”, “Me asombra”, “Me entristece” o “Me enoja”.
Si bien, esto no quiere decir que no puedan surgir o que uno no pueda toparse con publicaciones profundas, cual arca del tesoro; la realidad es que estas son escasas y su difusión es limitada. Considero significativo que, en el panel de reacciones, no se muestren otras posibilidades de respuesta como un “Me hace pensar”, “Me hace dudar” o “Me hace reflexionar”, estados que sí pueden hallarse en el área de sentimiento/actividad cuando se quiere realizar una entrada nueva y que no goza de tanta popularidad, en comparación con el apartado de reacciones. Todo esto no fue fortuito, la verdad es que la cantidad de información presente en redes, que se disputa nuestra atención, es tremenda: el proceso de infantilización que vive la sociedad contemporánea, la psicología positiva del titán de Martin Seligman, la falta de una educación regida bajo los principios del pensamiento crítico o la existencia de trabajos que demandan todas nuestras habilidades cognitivas generando un desbalance evidente en nuestras vidas. Estos son algunos ejemplos de factores que están detrás, obligándonos discrecionalmente a la tiranía de la inmediatez, al imperio de lo emocional, de lo intuitivo y a tomar decisiones con prontitud convirtiéndonos en posibles víctimas de toda clase de sesgos cognitivos.
El pensamiento suele operar con lentitud, es una verdad a voces o una tesis de dominio público, pero que puede clarificarse mejor a partir de lo referido por Michael D. Harris, quien observó que, para vender, a veces es mejor enfocarse en las emociones o a la intuición que evocar a la razón, pues esta maneja una cantidad ínfima de variables y, en la mayoría de los casos, puede llegar a arruinar una venta, pues la intromisión de una pregunta inocente como un “¿realmente necesito esto?” podría afectar una decisión y, de extenderse a toda la sociedad, podría colapsar el paradigma de consumo actual. Lo anterior me permitió entender por qué Daniel Goleman y Franc Ponti hacían énfasis en que una de las mejores medidas para persuadir consistía en entender el estado emocional de nuestros interlocutores, de interpretar su mirada para acceder a su momento mental y así tener una mejor comprensión de sus necesidades, lo que se traduciría en una ventaja que nos permitiría un dominio efectivo del escenario o lo que mi abuelo llamaría coloquialmente “colocarse en lo alto para ver mejor el valle”.
En resumen, vivimos el imperio de lo emocional, de la respuesta rápida, lo que nos lleva a plantearnos dos preguntas fundamentales: ¿qué hacer ante este panorama? Y, ¿esta es la senda que debemos seguir o acaso existen otros caminos? Son cuestiones sobre las que hay que pensar, aunque en este momento, en específico, no hay mucho por resolver, hay dinámicas que son imparables en un determinado punto de la historia y como reza el título de uno de los libros de Delphine de Vigan “Nada se opone a la noche”, título que yo hubiera colocado en mayúsculas y en cada poste de mi ciudad. Puedo afirmar que, en lo personal, a mí me gustaría una sociedad más reflexiva, tal vez por cuestiones asociadas a mi personalidad por capricho, una utopía no verbalizada o por motivos subconscientes que aún desconozco; pero estoy enterado de mis limitaciones, así que, por lo pronto, lo único que puedo decirles es que si ustedes quieren participar en el juego. para alcanzar metas individuales o comerciales en redes sociales, apunten toda su artillería al ámbito emocional, sobre todo a cuestiones agradables o desagradables que tienen aceptación social, pero si no desean sumarse al grupo de artífices, de promotores de lo emocional, les recomiendo que guarden su corazón metafórico en un lugar seguro, detrás de un mueble o bajo llave, porque la calle de la racionalidad es una vía empedrada y solitaria, pero que, al final del día, tiene sus ventajas y recompensas, donde realmente se puede ser libre.
Referencias
- Amis, M. (2015). El libro de Rachel. Barcelona: Anagrama.
- De Vigan, D. (2102). Nada se opone a la noche. Barcelona: Anagrama.
- Goleman, D. (2010). Inteligencia emocional. Barcelona: Kairós. https://es.scribd.com/book/369962567/Inteligencia-emocional
- Harris, M. (2019). Cuándo vender con datos y cifras, y cuándo apelar a las emociones. En Harvard Business Review, Inteligencia Emocional: influencia y persuasión (pp. 102-107). https://es.scribd.com/book/399553109/Influencia-y-persuasion
- Juárez, V. (22 de enero de 2021). A semáforo rojo San Luis Potosí a partir de este lunes. La Jorna-da. https://www.jornada.com.mx/notas/2021/01/22/estados/a-semaforo-rojo-san-luis-potosi-a-partir-de-este-lunes/
- Ponti, F. (2011). Los caminos de la negociación: personas, estrategias y técnicas. Buenos Aires: Granica. https://es.scribd.com/read/451584341/Los-caminos-de-la-negociacion-Personas-estrategias-y-tecnicas#b_search-menu_381489
- Redacción Animal Político. (22 de enero de 2021). San Luis Potosí vuelve al semáforo rojo, ante repunte de casos y muertes por COVID. Animal Político. https://www.animalpolitico.com/2021/01/san-luis-potosi-semaforo-rojo-repunte-covid/
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Acerca del autor
Alberto Isaac Gutiérrez Martínez (San Luis Potosí, México, 1990). Licenciado y Maestro en Antropología Social, egresado de la Escuela de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí y de El Colegio de San Luis A.C. En su faceta laboral, ha realizado registros, diagnósticos, asesorías, así como apoyo a diversos programas de instituciones públicas. A partir del 2019 comenzó a escribir textos sociológico-literarios que han sido publicados en diversos medios digitales.