La bruja del Cubilete
Datos de publicación (revista completa):
Publicación: Revista Albores Caipell
Año de publicación: 2021
Número | volumen: 2 | 1
Link de visualización: https://www.calameo.com/books/006684502e6f19c523227
Cita: Hernández, H. (2021). La bruja del Cubilete. Revista Albores Caipell, 1(2), 10-12. https://www.calameo.com/books/006684502e6f19c523227
Héctor Hernández
Cuando yo era niño, mi abuela nos contaba muchas historias de brujas por los alrededores del pueblo. Recuerdo una de ellas en particular.
Se decía que la niña Juanita y su mamá Rita tenían algo raro, pues dos mujeres solas que vivían lejos del caserío, lo consideraban anormal.
La madre se dedicaba a vender comida en el camino que llevaba al Cristo del Cubilete, en Silao y su hija le ayudaba diariamente. Ambas eran conocidas por algunos turistas recurrentes que se detenían a almorzar sopes o garnachas. Juanita ya era una adolescente cuando la mamá murió. A su velorio acudió poca gente. Eso no tuvo nada de extraordinario, lo extraño vino después cuando la estaban velando.
Se dice que las personas que estuvieron presentes esa noche fueron testigos de cosas muy extrañas. Se oía como si un animal estuviera arañando por dentro del ataúd. También los perros aullaron toda la noche afuera de la casa. Al otro día, cuando los hombres trataron de cargar el cajón para trasladarlo al camposanto, este pesaba tanto como si no quisiera que lo llevaran a enterrar. En fin, eso solo lo cuento a colación por lo que sucedió más adelante.
Gabino, un joven lozano, oriundo del mismo pueblo y chofer de un camión de refrescos, se hizo novio de Juanita. Él estaba tan enamorado que le pidió casorio; pero ella no quiso matrimoniarse, así que solo vivieron juntos en la casa de la muchacha.
El tiempo transcurrió con normalidad hasta que una tarde de cobranza, el joven fue a tomarse unas cervezas a la cantina del pueblo a insistencia de sus amigos y entre plática y plática le comentaron que su semblante había cambiado mucho. Antes, tenía color y peso; ahora lucía demacrado desde que empezó a convivir con la tal Juanita. Creían que aquella mujer con la que vivía era una bruja como su madre. Él no quiso aceptar esa afirmación, pero ellos creían que, por las noches, esa mujer salía a alimentarse de los recién nacidos, pues varios inocentes de la región habían amanecido muertos. Aunque los padres colocaran tijeras, palmito y agua bendita en las puertas, la arisca bruja se las sabía para seguir haciendo sus fechorías.
Gabino, un poco dudoso de lo que le habían asegurado sus amigos, decidió espiar por las noches a su amada sin estar muy convencido de aceptar del todo lo que habían afirmado, pero en el fondo le entró la duda, así que decidió vigilarla en las noches. Curiosamente, cuando trataba de espiarla, siempre terminaba vencido por el sueño. Por cuestiones de trabajo, tuvo que ir a repartir refrescos a otro pueblo y de paso buscó a una curandera que le habían recomendado para consultarla. Y así lo hizo.
Con solo verlo, ella le dijo que su pareja lo tenía “amarrado”, pues efectivamente era una arpía que se alimentaba de su “esencia” y de la sangre de menores por las noches. Ella le dio un escapulario bendecido, diciéndole que se lo tenía que colocar bien oculto pues solo de esa manera el sueño no lo vencería y así podría darse cuenta de todo lo que ella hacía. Esa misma noche, se colocó el escapulario y fingió estar dormido.
Ya entrada la noche, sintió que Juanita se levantó de la cama. Ella tomó un cuchillo de la cocina, un costal de yute y salió hasta donde estaban los corrales. En aquel lugar agarró un guajolote y con el cuchillo le cortó las dos patas; luego caminó hasta un árbol de mezquite. Hizo un círculo de fuego y comenzó a brincar en medio. En uno de esos brincos, una de sus piernas se le cayó y ella se colocó una de las patas del animal que llevaba en la mano; de otro brinco se le cayó la otra pierna e igualmente procedió a ponerse la otra pata del guajolote. Sus piernas las metió al costal. Por último, se convirtió en un ave negra como zopilote y salió volando hacia la oscuridad de la noche. Gabino se acercó con mucho miedo a la fogata y buscó el costal y lo arrojó al fuego, como se lo había indicado la curandera. Lleno de miedo y tristeza, se dirigió a la casa y se quedó dormido.
Al día siguiente se despertó al oír que Juanita estaba llorando sentada en la cama, tapada con un rebozo desde los pies hasta la cintura. Gabino le reclamó lo que había descubierto esa noche. Ella, con mucho coraje se puso de pie y dejó caer el rebozo, mostrando los horribles muñones y las patas de guajolote clavadas en ellos, culpándolo de su desgracia. Ese mismo día Gabino agarró sus cosas y se fue del pueblo. Nunca más se supo de él.
Desde ese día, Juanita no tuvo más remedio que pasar sus días vendiendo comida.
—Esa es solo una de tantas historias de Brujas que se cuentan en esos parajes. —Terminó de contarme mi Abuelita, sentada en su mecedora, tapándose sus piernas con un rebozo.
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Acerca del autor
Es ingeniero industrial en electrónica egresado del Instituto Tecnológico Regional de San Luis Potosí. Actualmente, se desempeña en ventas. Además, es promotor de cultura independiente desde 2005 y promotor de lectura en el estado de San Luis Potosí desde 2012. Le gusta escribir narraciones de ciencia ficción, fantasía y terror. Ha participado en algunos concursos literarios desde el año pasado, esta es la primera participación con Caipell.