Aferrados a la vida

Cita esta entrada así:

Andrade, G. (2025). Aferrados a la vida. Revista Albores Caipell. https://revistaalborescaipell.com/aferrados-a-la-vida/

Datos de publicación (revista completa):

Publicación: Revista Albores Caipell

Año de publicación: 2021

Número | volumen: 1 | 2

Link de visualización: https://www.calameo.com/books/0066845029d8e1d703875

Cita: Andrade, G. (2021). Aferrados a la vida. Revista Albores Caipell, 2(1), 45-47. https://www.calameo.com/books/0066845029d8e1d703875

Hay poca información sobre el libro Cartucho. Relatos de la lucha en el Norte de México de Nellie Campobello, un texto que ha quedado, de alguna manera, en el olvido literario a pesar de su importancia. Quizá porque nadie quiere recordar ese momento particularmente violento de 1917 a 1920 en el estado de Chihuahua; o porque durante el siglo XX las mujeres fueron dejadas de lado en la literatura; o tal vez porque ella hablaba a favor de Francisco Villa y este general revolucionario era visto como un bárbaro, una bestia, por los ganadores de la Revolución; probablemente, por todo lo mencionado.

Portada del libro Cartucho escrito por Nellie Campobello

Anteriormente a la publicación de este libro, Nellie Campobello ya había escrito un volumen de poemas: Yo, versos por Francisca con su nombre original, Francisca Moya Luna. Además de haber dedicado su vida a la danza (hecho que no habría de cambiar hasta su misterioso deceso en 1986).

La primera edición de Cartucho fue publicada en 1931 por el “Grupo Noviembre”, parte del movimiento estridentista. El detalle no sorprende, ¿no es natural que lo publicaran primero aquellos que rechazaron a los patriarcas de la literatura nacional, aquellos que valoraban el arte como el formador del futuro? La obra de Campobello, con su capacidad de síntesis y la belleza de sus imágenes, era una ruptura en la literatura.

La autora combinaba la memoria histórica y la memoria personal para hablar de la revolución, no como un acontecimiento político, ni desde la perspectiva de los grandes caudillos, sino desde el punto de vista de aquellos que lo vivieron. En los cuentos de Campobello, La vida es sólo un método sin puertas que se llueve a intervalos, como proclama Maples Arce en el Actual- No.1.; recuerdos que se suceden unos a otros para no olvidar a los muertos; fragmentos fijados en la memoria y que siempre vuelven para marcar el futuro.

La segunda edición del libro aparece en 1940, publicada por EDIAPSA (Edición y distribución Iberoamericana de Publicaciones). Hubo varios cambios en esta edición: se aminora la presencia de Villa y se aumenta el papel fundamental de la memoria. Y, por último, aparece la edición de 1960, publicada en una antología de dos tomos sobre La novela de la Revolución mexicana de Antonio Castro Leal. Un libro que ha tenido varias formas, en el que se han agregado o quitado ciertos relatos, hasta que en el 2000 lo publicara la “Editorial Era” en la Ciudad de México, con el prólogo de Jorge Aguilar Mora. Donde el profesor de español, proveniente de Chihuahua, muestra cómo Cartucho fue fundamental para la escritura de Pedro Páramo y Cien años de soledad.

En las 126 páginas que conforman el libro, nos encontramos con relatos de no más de tres páginas, divididos en tres secciones: la primera nominada Hombres del Norte, dedicados a los retratos de ciertos personajes como “Elías” o “El coronel Bustillos”; la segunda, Fusilados, que habla de los soldados anónimos, como el personaje de “30-30” que pasaba todos los días, flaco, mal vestido; y, por último la tercera, El fuego, donde se relata el convencimiento de las tropas villistas, y cómo se jugaban la vida en las batallas.

Los personajes de estos cuentos nos despiertan un sentido de cariño, de nostalgia, una necesidad de proteger a los desvalidos, a los que mueren de hambre mientras la violencia se dispersa. Imágenes poéticas de batallas, hombres aguerridos y una niña pequeña que nos cuenta la revolución. Estos son los elementos primordiales de su obra. Esa pequeña narradora, la guardiana de la memoria, será la que unifique los relatos.

Todo lo que acontece en ese pequeño universo de Chihuahua está conectado. Las muertes de los cuentos son las muertes del pueblo y, por lo tanto, el libro nos cuenta en realidad la vitalidad de una comunidad que tiene fe, cree y ama entre la violencia y la muerte. Porque en el pueblo eso es lo único que existe: la vida y la muerte, como dos polos que se entrelazan, se combinan y, a veces, resultan indistinguibles.

Estamos ante fantasmas, meros recuerdos de aquellos que ya no están, pero siguen en la memoria, y vemos cómo el filósofo tenía los ojos amarillos de perro; o nos horrorizamos ante las uñas negras del ahorcado que solo bebía café cuando estaba vivo. Todos como recuerdos de esa narradora pequeñita que había de crecer y llevar consigo esas anécdotas en la memoria; para que los muertos sigan vivos, para que todos sepamos quiénes eran.

Todo se trata de evitar el olvido. Recordar ese proceso desgarrador. Cómo en vida se luchaba por subsistir en medio de las balas. No es casual que el libro se llame Cartucho, que el primer cuento con el que comienza sea de un soldado anónimo. Ese primer cuento es el que le da paso a los otros, el que nos permite conocer a ese hombre tierno y viudo que siente, aunque es callado, que cuida de su hija y sufre mal de amores; casi un suicida, dirían algunos.

La autora, en su brevedad, nos permite ver lo más profundo de sus personajes, al relatarnos imágenes sueltas que se unen unas a otras para relatar sus vidas. Los hombres de Campobello no son estos machos duros de la revolución, que no sienten, que solo buscan matar y destruir o que viven para puros ideales. Son hombres convencidos de su lucha, que llevan sus propias vidas, que saben apreciar una buena comida y atesoran los pequeños detalles. Hombres que se aferran hasta el último aliento a la esperanza, a la ternura y a la calidez de la existencia.

Ver todos esos sentimientos condensados en frases brevísimas, a veces impresionantemente breves (en relatos minúsculos de apenas tres cuartillas, por mucho) no puede ser considerado otra cosa que maestría. No sorprende que Rulfo abrevara de Campobello. La autora nos narra esos pequeños pasajes, tan fragmentados como la memoria de la misma, que son los que se quedan, lo que valen la pena recordar. La ternura de la mirada de una niña que se impone en un mundo dominado por la violencia y salva a sus habitantes de una muerte sin remedio.

La obra de Campobello se inscribe así entre las “Novelas de la Revolución” que comienzan con Azuela y su libro Los de abajo. Pero ella da una vuelta de tuerca, porque no crea una novela, como se entendía en el siglo XIX por los letrados caballeros, sino algo parecido a lo que hoy llamaríamos ciclo de cuentos. No es la narración de un caudillo, ni de los hombres del pueblo, es la mirada infantil viviendo la revolución. Por lo que vale la pena voltear a verla, darle el lugar en las letras mexicanas que sin duda merece, reconocer su originalidad; por otro lado, es un pilar fundamental para obras posteriores en la historia literaria. Cartucho, de Nellie Campobello es, en definitiva, uno de los libros más humanos con los que puede contar la literatura mexicana.

Gabriela Andrade Lucero

Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México

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